US Open 2015
27/07/2015Este sí es el verdadero skate de «Regreso al Futuro»
08/08/2015Hay un pequeño lugar al borde de toda la inmensa costa del Pacífico donde se cabalgaban olas desde el principio de la humanidad. No. No estoy hablando de Hawaii, esta vez me refiero a Mamape.
El Océano pacífico es una máquina enorme que, además de dar hogar a millones de seres vivos y alimentar nuestra atmósfera con el oxígeno que les sobra a sus algas, es capaz de generar olas constantemente y enviarlas a su larguísima costa. En este lugar que te cuento han llegado esas olas desde antes de que el hombre tuviese memoria e historia, porque ya nadie sabe con exactitud desde cuando rompe esa ola interminable de Chicama.
En esta costa se encuentra un cabo coronado por el cerro Malabrigo. Es una tierra yerma y seca entre los ríos Chicama y Jequetepeque, pero que ni una gota de sus aguas dulces recibe. Su único tesoro es el mar. Desde antaño los primeros hombres que poblaron estas tierras supieron de su verdadera riqueza y se adentraban al océano cabalgando sobre unas pequeñas balsas artesanales, se llamaban tub. Las construían con ese junco tan robusto y resistente al agua de sal que crece al borde de las marismas y albuferas. En balsas de totora, como las que todavía hoy se usan más de 3.500 años después.
Aquella gente que busca un poco de vida del mar para hacer vida en tierra firme se pasaban el día pescando a lomos de su barca de totora. Cuando el día pasaba y antes de decir adiós el sol regresaban a la orilla cruzándose por el camino de alguna ola que les aligeraba la remada justo al final del día. Cuenta la leyenda que los niños antes de ser hombres debían salir a mar abierto subidos a un tub y regresar a tierra sin haberse mojado. Un día uno de esos recién convertidos a hombres cogió una ola más grande que las demás:
…al bajar de esa ola y deslizarse sin parar por su pared sintió que volaba, sintió lo mismo que sienten los pelícanos cuando vuelan por delante de las crestas de las olas, como había soñado…
Cuando los primeros europeos llegaron a este maravilloso lugar al borde de los Andes, en lo que hoy es el norte de Perú, quedaron fascinados por la forma en que sus habitantes cabalgaban sobre las olas con sus tub. Para ellos eran algo más que balsas eran tan majestuosas como un caballo, pero un caballo hecho de totora.
Fotos: Jonathan & Carsten ten Brink